Publicado el 30 de noviembre de 2012
La llamada alborada, nombre más propio para anticipar un hecho feliz, es una herencia mafiosa, de bandas criminales, que no se puede entronizar como parte de nuestra cultura. De ahí nuestro rechazo.
En los últimos nueve años, los habitantes de Medellín y de otros municipios vecinos del Valle de Aburrá, y quienes nos visitan por esta época, previa al inicio de la Navidad, hemos sido testigos de un evento singular: la quema masiva de pólvora.
Esta explosión simultánea de toneladas de voladores en la noche del 30 de noviembre, y que se ha difundido con el nombre de alborada, asombra y maravilla, al mismo tiempo que perturba y causa daño a personas y animales.
El uso de la pólvora con fines recreativos ha fascinado al hombre desde la antigüedad, en las más diversas civilizaciones. En nuestro país ha estado asociada a las fiestas patronales y a ciertos espectáculos pirotécnicos, organizados para la celebración de fechas especiales.
Antes de que estuviera prohibido por ley, fue también costumbre muy arraigada quemar pólvora en diciembre en las celebraciones familiares e incluso en las religiosas.
Esas costumbres degeneraron en una actividad repudiada y condenable, por entrañar graves riesgos para las personas, salvo cuando forma parte de eventos ejecutados por expertos y en forma controlada.
El uso de elementos detonantes dejó de ser una tradición socialmente aceptada y se convirtió en una actividad riesgosa, de cuyas consecuencias dan testimonio los pabellones de quemados de los hospitales.
Más, cuando la pólvora se quema en medio de parrandas callejeras, en lugares densamente habitados, en presencia numerosa de niños y abundancia de bebidas alcohólicas.
No puede estigmatizarse la conducta de todo aquel que quema pólvora, pero su uso en cualquier día del año, y sin motivo aparente, se asocia con el narcotráfico, como signo del éxito en alguna operación con un cargamento de droga.
Y lo que sí está claro es que la alborada tuvo un origen mafioso, como celebración de la desmovilización del grupo de paramilitares del Cacique Nutibara, dirigidos por alias "Berna".
Desde entonces, año tras año, los herederos de esa estructura criminal, combos y bandas que someten por medio del terror a los barrios, renuevan, como una afrenta para sus víctimas esa fecha, en una muestra de su poder.
Esta perniciosa costumbre conlleva, además de ese agravio renovado, un altísimo riesgo, donde las principales víctimas son los menores de edad, como se ha visto en años anteriores.
También se ha comprobado que los animales sufren graves traumatismos con esa explosión descontrolada de una hora de duración. Resulta imposible cuantificar el número de voladores, o su valor, que fuera deseable ver invertido en regalos para los niños en Navidad.
Si quemar pólvora es un delito, la alborada es un canto a la impunidad. En las narices de todos, se queman miles y miles de artefactos explosivos en un claro desafío a nuestros valores como sociedad y a la autoridad que tiene la obligación de decomisar el material detonante y sancionar a quienes lo fabrican, distribuyen y lo explotan.
Este año, en particular, han brillado por su ausencia las campañas de prevención sobre el uso de la pólvora, pero aún es tiempo de emitir un mensaje claro y contundente de que está prohibida y es peligrosa.
Además, que la alborada no puede ser entronizada como parte de nuestra cultura, ni tomada como referente de una ciudad, que prefiere ser reconocida ante el mundo por su transformación social o por ser escenario de espectáculos de talla mundial, y no por su apego a un pasado oscuro y doloroso.
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